30.3.10

Sweet kisses

Malena camina por la calle regalando cajitas llenas de besos dulces. Me encontré por primera vez con ella cuando esperaba al 15 en la parada del autobús. Entonces, justo antes de subir, me tendió una cajita de cartón rosa que decía "Sweet Kisses" y me abrazó. Yo la miré sin comprender y ella simplemente me sonrió. Ya acomodada a bordo de mi autobús, me animé a abrir la misteriosa cajita: estaba llena de gominolas de colores. Creo que no comía gominolas desde que era una niña. De repente me vi cogiendo una de color rojo (mis favoritas) y soriendo como una tonta a la dichosa cajita.

Prácticamente una semana después volví a ver a Malena. Esta vez nos cruzamos en un bar, eran como las ocho y media de la mañana y estaba pidiendo un café con leche para llevar. Llevaba puesto un abrigo de cuadros y una bufanda roja para protegerse del frío y poco más. Ni un bolso ni, por supuesto, más cajitas de cartón rosa. En cuanto la reconocí, la saludé y la invité a sentarse conmigo. Ella me sonrió como aquella vez y amablemente aceptó mi invitación.

Necesitaba saber más sobre ella. ¿Quién era? ¿A qué se dedicaba? ¿Por qué reparte esas cajitas? ¿O sólo me la dió a mi? Y, si es así, ¿por qué? Malena volvió a sonreír con esa sonrisa tan suya. Era dulce y tranquilizadora, como la que te da una madre cuando sabe que estás sufriendo y que igualmente sabe que todo pasará. Malena me sostuvo las manos sobre la mesa de aquel bar y habló:

Una vez amé a alguien intesamente, alguien que con esa misma intensidad me rompió el corazón. Después de mucho sufrir por lo que fue y pudo haber sido, me di cuenta de que el ser humano se pasa la vida sufriendo y yo no quería eso para mi ni para los demás. Así fue como empecé a repartir besos, en el caso de los chicos, y abrazos, para las chicas, en plena calle casi a diario, de lunes a domingo y siempre que tuviera un rato libre. Pasó un mes y me di cuenta que no era suficiente. Fue entonces cuando empecé a fabricar estas cajitas y a llenarlas de gominolas. ¿Has visto la cara de felicidad de un niño cuando le das una golosina? Yo quiero esa respuesta de la gente y es a lo que me dedico. Estoy cansada de la tristeza, de las lágrimas, de los finales, de los últimos besos... e inventé los besos dulces. ¿Por qué te di una cajita aquél día? Porque en tí vi a quien despide a un amor inconfesable, uno de esos amores que no vivimos por miedo a decir lo que sentimos y no quería verte sufrir. El ser humano no está solo: está rodeado de otros como él, dispuestos a ayudarle y a hacerle sonreír. Sólo necesita abrir los ojos.

Después de aquello no volví a ver a Malena.

Y querréis saber si acertó conmigo. Pues sí, lo hizo. La noche que la vi por primera vez, yo volvía del aeropuerto, donde despedí a mi mejor amigo y amor platónico desde los cinco años porque se marchaba a Estados Unidos de la mano de una americana rubia amante de las hamburguesas. Pero eso es algo que ya no me duele. Abrí los ojos y ahora no me faltan los amigos ni las gominolas rojas.

4 comentarios:

  1. Interesante la historia de Malena, aunque la verdad es que no sé que cara se me quedaría a mí si me la encontrase y me ofreciese una de sus cajitas, creo que ya no estamos acostumbradoa a estos gestos gratuitos.

    ¡Un beso!

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  2. Ese es precisamente el problema, que ya nadie te regala nada y somos desconfiados por naturaleza. Una pena.

    Gracias! :-)

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  3. Mientras te queden gominolas rojas, verdes y azules... todo ira bien :)

    bESOS!

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  4. Precioso! Es una lástima que no hayas vuelto a ver a Malena... qué mujer tan dulce y original. Ojalá hubieran muchas de ellas, de veritas...

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¿Añades un remiendo? :)